Por fin hemos encontrado las palabras. Nos ha costado, pero su hallazgo nos ha permitido escribir estas líneas, A través de ellas, queremos compartir con las personas que nos lean una inquietud que nos rondaba hace tiempo y que, de forma intermitente, surgía en nuestras conversaciones cada vez que éramos testigos de cómo el mundo adulto, por diversas causas, silencia a niños y niñas aspectos de la realidad que les interesan.
Cómo se hacen los bebés, cuál es nuestro origen (de dónde venimos), por qué nos morimos y a dónde vamos cuando esto sucede, por qué enferman aquellas personas que están a nuestro lado, etc... son cuestiones que niñas y niños de plantean desde que son pequeños, bien porque han vivido en propia persona algo que no les dejó indiferentes, bien porque han oído alguna conversación en su entorno más cercano, bien porque albergan sentimientos sin palabras que les acompañen, etc.
Encontrar respuestas en el mundo adulto al que van dirigidas, es básico para crecer y, de algún modo, los pequeños lo saben. Por eso, no se conforman con cualquiera de ellas ni cesan en su insistencia hasta que las personas mayores les facilitan aquellas que satisfacen su curiosidad.
Sin embargo, en ocasiones, los adultos, tanto en la familia como en la escuela, silenciamos, negamos a los más pequeños, quizás de forma consciente o incosciente, la posibilidad de abordar temas que, en definitiva, también a nosotos nos inquietan.
Desde nuestra perspectiva adulta, a veces, intentamos protegerles de temas que suponemos difíciles o dolorosos (especialmente, aquellos relacionados con la sexualidad y la muerte). Pero entonces, surgen distintos interrogantes. ¿Por qué frenar con medias verdades o falsedades su deseo de saber?, ¿por qué hacerlo en temas d eimportancia vital ya que tienen que ver con la vida, con su principio y su final?
Y cuando nos animamos a responder, ¿`por qué nos cuesta tanto encontrar las palabras precisas y adecuadas para hacerlo?, ¿por qué nos resulta complejo presentar distintas respuestas o diferentes puntos de vista para poder seguir pensando?
No es fácil encontrar las palabras que queremos decir y que expresen lo que llevamos dentro. detrás de esas dificultades, en ocasiones habitan nuestros tabúes, nuestros miedos, a la hora de comunicarnos con la infancia. Decimos que ya aprenderán, que ya lo descubrirán por sí mismos cuando llegue la hora (como si ya el hecho de preguntar no indicara que el niño, l aniña, están preparados para recibir la respuesta adecuada)... quizás, es el deseo de protegernos a nosotros mismos de aquellas cuestiones que también nos preocupan lo que hace que mantengamos actitudes que, al menos, es necesario repensar.
Hay otras ocasiones, sin embargo, en que de forma paradójica, la voz de la infancia es silenciada por los adultos pero, justamente, no porque evitemos sus preguntas, como relatábamos en líneas anteriores, sino porque con nuestras prisas hablamos por ellos, hacemos como si tapásemos sus palabras sin darles tiempo a decir lo que deseaban o les preocupaba, olvidando que darles la palabra supone, entre otras cosas, esperar y escuchar en este mundo de prisas donde "el tiempo es oro" y la pulsión del "Ya, ahora" impera.
Mantener una actitud de escucha es primordial. Con ello les ayudamos a poner palabras a aquello que quieren expresar o que todavía no pueden verbalizar y sin emabrgo esta ahí, en su interior, lucando por salir, aunque, aparentemente, no sea de la ma más adecuadapara ellos mismos o paralos demás. Cuántas veces nos preguntamos por qué hay tantas salidas desafortunadas de algunos niños y niñas que utilizan el golpe con los demás para llamar su atención, la riña continuada, el paso al acto sin mediar palabra, los vómitos, la cascada de palabras sin sentido interrumpienso una sesión de trabajo... Nos planteamos entonces ¿qué queda por decir?, ¿qué pasa con el lugar del lenguaje como instrumento de comunicación y relación con el otro?
Leamos entre líneas e intentemos, más allá de lo manifiesto, propiciar ese momento persona, particular en el uno a uno, para escucharles, donde nuestra posición dea la de escucha interesada no sólo de los balbuceos que intentan tomar forma de palabra, sino de todo aquello que utilizan niños y niñas para expresar su mundo interior pidiéndo a gritos respuestas que les ayuden a crecer. Preguntar a un niño o a una niña ?qué te ocurre?, ¿estás triste?, ¿quieres contarme o decirme algo?, o expresarle, de forma particular, que puede contar con nosotros, los adultos, para compartir lo que vive, que sabemos cuando se enfada, quizás, no quiera estar con nadie pero que le esperamos para hablar si lo desea, que aún no teniendo palabras de puede intentar buscarlas juntos para que no duela la tripa o cualquier otra parte del cuerpo po no hablar, todo ello nos puede lleva a respuestas que nos aproximen a los pequeños, para quizás, dar con el origen de lo que sucede.
¿Por qué subestimamos la capacidad que tienen niños y niñas para construirse como sujetos que desean ser escuchados y tratados de manera personal y única? Muchas veces es este deseo de crecer, de saber, de preguntar una y otra vez, el que nos interroga alos adultos y hace tambalear aquellos aspectos que no estamos demasiado dispuestos a hacer conscientes, a poner palabras y dejar que nuestra propia verdad salga a flote sobre las verdades fundamentales. Entonces la escucha se hace más compleja, y la podemos llegar a evitar.
Sin embargo, desde aquí, abogamos por reconocer el valor de la palabra que, tanto en la escuela como fuera de ella, nombbra, acoge, confronta, tranquiliza, sorprende, ayuda a crecer y, por lo tanto, a vivir. Sólo desde ella creceremos, seremos.
Rosa Álvarez, Camino Jusué
Revista de la asociación de maestros Rosa Sensat