viernes, 19 de noviembre de 2010

Rabietas

En primer lugar debemos aclarar que las rabietas son conductas absolutamente normales,
y que por lo tanto no deben ser motivo de preocupación. Su aparición puede demorarse más o menos, pero en algún momento todos los niños ofrecen este tipo de respuestas.
 
Desde que son muy pequeños los niños aprenden que el llanto es uno de los mejores recursos para reclamar la atención de los padres (de hecho, durante cierto tiempo es el único medio del que disponen). El problema surge cuando el niño lo utiliza intencional e indiscriminadamente para obtener ciertas recompensas. El niño quiere conseguir algo. Bien porque sus padres se lo niegan, bien porque el niño anticipa esa dificultad, y recurre al llanto y al enfado desproporcionado como respuesta a la frustración de sus deseos. En los primeros meses de vida atendemos de forma natural y de manera rápida una serie de comportamientos infantiles (lloros, caras tristes, estar quieto, vómitos, etc.) Esta situación se puede mantener hasta los 2 años, los 3 años, y quizás más.

Cuando el niño obtiene lo que ansía de los padres (su recompensa), deja de llorar, recompensando así a los padres que ven con alivio como desaparece la incómoda conducta del niño. Así, el niño domina la situación y dirige la solución de los conflictos.

De esta forma se crea un mecanismo que, de no evitarse a tiempo, será difícil desmontar. Si estos procesos de recompensa no se encauzan adecuadamente, la personalidad del niño se inclinará inevitablemente hacia la impulsividad, el egoísmo, la intolerancia y la manipulación.


Estrategias de tratamiento:

Poner la casa «a prueba de niños», con objeto de reducir el número de ocasiones en que los padres se ven obligados a decir que «no».

Permitir que los niños pequeños realicen pequeñas elecciones frecuentes, todas dentro del terreno de lo aceptable (p. ej., «¿Quieres tomarte la leche en el vaso azul o en el rojo?»).

Limitar las frustraciones atendiendo al temperamento del niño y sus ritmos: entendemos que si nuestro hijo es muy nervioso necesitará correr cada día, o si se pone de muy mal humor cuando tiene hambre intentad evitarlo.

Avisar al niño con tiempo. Algunas de estas rabietas pueden ser prevenidas dándole a su hijo una advertencia con 5 minutos de anticipación, en vez de pedirle de repente que deje inmediatamente de hacer lo que está haciendo.

La negativa debe ser irrevocable!!!
Muchos padres dicen «no» cuando realmente quieren decir «me parece que no». Cuando el niño protesta suficientemente, el padre o la madre cede, recompensando con ello la rabieta.

Es importante establecer normas razonables, claras y coherentes y no cambiarlas, para que el niño conozca perfectamente donde están sus límites
Esto es absolutamente clave: el que algo se pueda o no se pueda hacer, no debe depender del humor que tengan en ese momento los padres.

Las reglas deber ser siempre las mismas y también independientemente de que quien esté en ese momento al cuidado sea el padre o la madre.

Cómo actuar ante una rabieta:
1.    Ignorar es una manera efectiva de impedir las rabietas o, al menos, de evitar reforzarlas. Debemos saber, que cuando empezamos a ignorar las rabietas, éstas pueden intensificarse durante un período de días o semanas antes de empezar a ceder.

2.     Si no se logra controlar la rabieta, y la situación lo permite, se puede adoptar una actitud de indiferencia y hacer como que se ignora la conducta del niño, para lo cual no debe manifestarse enfado, ni deben hacerse promesas o proferir amenazas. Porque el niño, con la rabieta, pretende llamar la atención y si hacemos todo eso, aunque no consiga aquello que motivó el berrinche, de algún modo habrá salido ganando y, sin querer, podemos reforzar ese comportamiento o sea le "enseñaremos" a tener más rabietas.

3.     Si la "escena" ocurre en un sitio público, procure llevarle a un sitio tranquilo y si fuera necesario contenerle físicamente porque presente una actitud violenta, procure sujetarle pero sin hablarle ni mirarle.

4.     Es muy importante perseverar en la decisión adoptada hasta el final, hasta sus ultimas consecuencias.

5.     No haga caso a las rabietas motivadas por el deseo de llamar la atención o exigir algo.

6.     Una vez que ha empezado, una rabieta rara vez puede ser interrumpida. Aléjese, incluso yendo a otro cuarto para que el niño ya no tenga quien le escuche. No trate de razonar con su hijo. Simplemente dígale: "Veo que estás muy enfadado, te dejaré solo hasta que te calmes”. Deje que el niño recupere el control. Después de la rabieta, asuma una actitud amistosa y trate de normalizar las cosas. Usted puede prevenir algunas de estas rabietas diciendo "No" con menos frecuencia.

7.     A veces es difícil, pero se debe crear un clima de tranquilidad en torno a la situación, es decir, mantener la calma y el control. No regañar, ni gritar al niño porque, además de no solucionar nada, genera más inseguridad y constituye un mal ejemplo.
Evite pegarle porque esto indica al niño que usted ha perdido el control.
Tampoco hay que intentar razonar con el niño, porque en ese momento no nos escuchará.

8.     El castigo es una de las medidas más frecuentes y, por ello, debemos emplearlo con cuentagotas y cautela
           En primer lugar porque un castigo repetido muchas veces pierde su poder sancionador y corrector.
           En segundo lugar porque el castigo como respuesta ante una rabieta puede convertirse en un arma de doble filo. Con el castigo, aunque parezca que el niño lo aborrece, estamos dedicándole toda nuestra atención y, aunque no consiga lo que quería (muchas veces algo insignificante), sí logra convertirse en el centro de todas nuestras miradas.
           Por extraño y paradójico que parezca, el niño acabará acostumbrándose al castigo y, lo que es peor, buscándolo como “recompensa afectiva”.
           El castigo tiene efectos pasajeros; a base de castigos no eliminamos la conductas inapropiadas de las rabietas que por instaurarse como un patrón de comportamiento, son conductas que persisten en el tiempo.

9.     Reforzar los comportamiento positivos. Es decir, entre otras cosas hacerle caso y alabarle cuando su conducta es la adecuada.


Preguntas que nos podemos hacer:

¿Qué pasó exactamente la última vez que su hijo tuvo una rabieta? ¿Qué lo provocó? ¿Qué hizo su hijo? ¿Cómo respondió usted? ¿Fue un episodio típico? Un relato paso a paso de un episodio reciente concreto puede proporcionar información crítica sobre lo que el padre o la madre quiere expresar por «rabieta» y sobre sus antecedentes y factores reforzantes. Asegurarse de preguntar sobre las consecuencias posteriores (como castigos al día siguiente o de premios especiales que puedan ofrecerse porque los padres se sienten mal por haberse enfadado tanto).

¿Cuántas veces las rabietas terminan con que el niño consiga lo que quería? Cuando los padres capitulan después de una rabieta particularmente prolongada, de forma inadvertida están enseñando al niño a volver a repetirlo durante períodos cada vez más largos. En el lenguaje de los conductistas, las conductas mantenidas con un refuerzo intermitente son especialmente resistentes a su extinción.

¿Las rabietas aparecen también en la escuela además de en la casa? Los niños habitualmente son capaces de «contenerse» cuando están delante de sus compañeros. Las rabietas en la escuela pueden sugerir que el niño está experimentando un nivel más elevado de estrés en la escuela debido a dificultades para aprender o para comportarse socialmente. Cuando un niño se comporta bien en la escuela, pero no en la casa, la atención debe dirigirse a las pautas de las relaciones familiares.

¿Están afectando las rabietas al comportamiento normal de la familia? Las rabietas requieren una inmediata atención si están motivando que los padres eviten ir a la compra, contratar «canguros» o invitar amigos a su casa.

¿Tiene el niño otros problemas de conducta, como hiperactividad, enuresis o conductas agresivas dirigidas contra sus amiguitos o hermanos? Una pauta de problemas múltiples de conducta sugiere la necesidad de una evaluación psicológica más completa.

¿Cómo se sienten cuando el niño coge una rabieta? Si los padres informan de un enfado extremo, vergüenza o culpa, estos sentimientos deben ser atendidos para que la intervención tenga éxito.

¿Cuándo se va el niño a la cama? ¿Tiene rabietas a la hora acostarse? ¿Ronca, respira irregularmente, duerme intranquilo o se despierta a menudo? Los trastornos del sueño sugieren cansancio como posible factor contribuyente. El horario irregular de acostarse y las rabietas a la hora de dormir pueden indicar una falta de estructura o un fallo por parte de los padres en señalar unos límites concretos.

Cuando el niño está contento, ¿cómo lo demuestra? ¿Expresa todas sus emociones intensamente? Estos problemas exploran los factores temperamentales contribuyentes. En ausencia de otras características preocupantes, un niño nervioso y obstinado en ocasiones tiene rabietas intensas y largas que pueden ser normales.
¿Muestra el niño las rabietas más con el padre o con la madre? Las relaciones familiares pueden desempeñar un papel en el mantenimiento de las rabietas. Si ocurren más con uno de los progenitores (habitualmente la madre), puede ser porque sea más ambivalente al fijar los límites. Es posible también que el otro progenitor esté socavando sutilmente la autoridad de su pareja.


 
Alrededor de los dos años, los niños empiezan a sentir que el mundo es un lugar grande y abrumador, y los deja inseguros de sí mismos y de sus esfuerzos e independencia arduamente ganados.
Ahora, él se contradice: quiere ponerse la ropa que él quiere o no acepta a vestirse, comer, ir al parque y ver la tele, o todo a la vez.

EL NIÑO DE 2 AÑOS

·        Le gusta que las rutinas para comer, vestirse e ir a la cama sean las mismas cada día porque esto le ayuda a sentirse más seguro.
·        Tiene dificultad para tomar decisiones. Quiere las dos cosas, leche y zumo, en lugar de escoger uno.
·        Se esfuerza por controlar su mundo, es probable que se vuelva muy mandón, tenso y rígido.
·        Se frustra con facilidad y se chupa el dedo o pide el chupete, se apega a un juguete, tiene una rabieta, o grita para liberar tensiones.
·        Puede mostrarse en un minuto sumiso, e independiente el siguiente.
·        Todavía no es capaz de compartir y necesita empezar a relacionarse con otros niños.
·        No acepta bien los lugares nuevos.


1- Del desarrollo. Las rabietas aparecen cuando las emociones negativas de ira o frustración exceden de la capacidad del niño para controlarlas.
En los niños pequeños, hay un conflicto entre sus deseos de autonomía y las limitaciones que se le imponen a una edad en la que no posee un desarrollo suficiente del lenguaje, para poder expresar con palabras sus necesidades o sentimientos. Esto le crea frustración y estrés emocional. Qué vestir, qué meterse a la boca, adónde ir y cuándo marcharse son muchas de las decisiones que los niños pequeños querrían tomar independientemente pero que no pueden hacer.
En los niños mayores, las rabietas pueden ser una conducta aprendida, reforzada por la adaptación de los padres o, paradójicamente, por la intensa atención negativa que despiertan.

2- Temperamentales. El temperamento desempeña un papel importante Los niños nerviosos tienden a expresar sus sentimientos dramáticamente, es probable que los niños con pautas de sueño o de apetito irregulares encuentren sus necesidades frustradas más a menudo.

3- Ambientales. Las rabietas pueden asociarse con un cierto número de factores ambientales: el estrés familiar, la depresión de los padres, los castigos corporales frecuentes y la incapacidad de marcar límites firmes. Muchos niños siguen teniéndolas porque tuvieron éxito con rabietas anteriores.

4- Orgánicos. Las alergias e infecciones respiratorias recurrentes, los trastornos del sueño, las pérdidas de audición, los retrasos del lenguaje y el trastorno del déficit de atención con hiperactividad (TDAH) se asocian todos ellos con un aumento de las rabietas. Las rabietas también pueden estar incrementadas en el autismo, en las lesiones cerebrales traumáticas y en el retraso mental grave.

     Es muy importante perseverar en la decisión adoptada hasta el final, hasta sus ultimas consecuencias. Por ejemplo, si se ha decidido que aquello que el niño pide es inadecuado, los padres se mantendrán firmes en su decisión con independencia de las respuestas del niño.

·        Por supuesto, no debe concedérsele lo que quería, para no reforzar su conducta, como tampoco conviene ofrecer premios o recompensas para que abandone su rabieta.
En las fases iniciales, un pequeña dosis de humor y, si es posible, intentar distraer al niño desviando su atención hacia otra actividad u objeto, pueden ser de mucha utilidad.

·        El castigo es uno de las medidas más frecuentes y, por ello, debemos emplearlo con cuentagotas y cautela.
En primer lugar porque un castigo repetido muchas veces pierde su poder sancionador y corrector.
En segundo lugar porque el castigo como respuesta ante una rabieta puede convertirse en un arma de doble filo. Con el castigo, aunque parezca que el niño lo aborrece, estamos dedicándole toda nuestra atención y, aunque no consiga lo que quería (muchas veces algo insignificante), sí logra convertirse en el centro de todas nuestras miradas.
Por extraño y paradójico que parezca, el niño acabará acostumbrándose al castigo y, lo que es peor, buscándolo como “recompensa afectiva”.
El castigo tiene efectos pasajeros; a base de castigos no eliminamos la conductas inapropiadas de las rabietas que por instaurarse como un patrón de comportamiento, son conductas que persisten en el tiempo.

·        Asegurarse de que las rabietas no amenazan la autoestima del niño, evitad declaraciones humillantes después de la rabieta. Los padres deben hablar de «perder el control» en lugar de «portarse mal» y evitar hablar mucho de la rabieta después.
Una vez que se ha pasado el berrinche, no se le debe castigar ni gritar, sino darle seguridad y afecto, pero sin mimarle en exceso ni darle ningún tipo de premio, explicándole lo inadecuado de su comportamiento.

·        Reforzar los comportamiento positivos. Es decir, entre otras cosas hacerle caso y alabarle cuando su conducta es la adecuada. Es niño busca la atención de sus padres y si la consigue sobre todo cuando hace "cosas malas", le estaremos indicando que ese es el comportamiento que debe repetir para conseguir que le dediquemos más tiempo.

·        Para las rabietas de tipo perturbador o destructivo, utilice suspensiones temporales.

Algunas veces las rabietas son demasiado perturbadoras o agresivas para que los padres las pasen por alto: Se cuelga de nosotros, nos pega, tiene una rabieta en un lugar público, rompe cosas...
Sujete al niño cuando tenga rabietas en las que podría causar daño o lastimarse.
Si su hijo ha perdido totalmente el control, usted podría sujetarlo. Perder el control probablemente atemoriza al niño. Sujételo también cuando tenga rabietas durante las cuales podría lastimarse (como cuando se arroja violentamente hacia atrás).

Tome al niño en sus brazos, dígale que usted sabe que está enfadado y muéstrele, con su ejemplo, la manera de dominarse. Téngalo en brazos hasta sentir que empieza a relajarse. Esto generalmente requiere de 1 a 3 minutos. Luego, suéltelo. Esta respuesta reconfortante raras veces es necesaria después de los 3 años de edad.


Debemos saber que...

·        No atender una rabieta no consiste en rechazar al niño afectivamente. Consiste en retirar la atención ante la rabieta y darlo ante un comportamiento más adecuado. Hay que tener cuidado para no confundir una "rabieta" con una "necesidad real".
·        Debemos saber que cuando empecemos a no atender las rabietas, la conducta en lugar de disminuir va a aumentar. No hay que asustarse, es normal.
·        Luego va disminuyendo. Lo hace más rápidamente si atendemos las demandas correctas.
·        Las rabietas, ocasionalmente, vuelven a aparecer. Debemos actuar entonces como teníamos prefijado. Con el paso del tiempo aparecen cada vez menos.